LA MUJER SACERDOTAL O EL SACERDOCIO DEL CORAZÓN
Jo Croissant
Lumen, Buenos Aires 2004
Es un libro que no tiene desperdicio, escrito por una mujer inteligente que ha sabido penetrar con la luz de la fe el misterio de la femineidad.
La A. es esposa de Efraín Croissant, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas, asociación internacional de fieles de derecho pontificio. Se casó con él cuando Efraín era pastor protestante; cuatro años más tarde él se convertía a la Iglesia Católica.
En un mundo marcado por la polémica del feminismo radical, un título como el que lleva el libro -el original francés es el mismo- levantaría sospechas de encontrarnos ante una reivindicación del sacerdocio femenino. La A. es una guía segura en este tema y no se ha dejado seducir por un feminismo falsificado. La tesis de fondo -el libro es un delicado y profundo estudio de la verdadera femineidad- es que la mujer no puede ser sacerdote ministerial 'porque el presbítero representa a Cristo y es llamado a actuar 'in persona Christi', en la persona misma de Cristo, y a perpetuar en la Misa el sacrificio de Cristo ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo' (p. 151); pero 'la mujer con toda la Iglesia se une a Cristo en este sacrificio. Con Él, la Iglesia es también sacerdote y víctima, ofreciéndose toda ella con Jesús' (p. 151-152). Por eso habla de sacerdocio del corazón (la forma propia en que la mujer ejerce el sacerdocio de los fieles). Para Jo Croissant la mujer es 'sacerdotal por naturaleza' en el sentido de ejercer una 'mediación' salvífica respecto de aquellos a quienes ella transmite la vida y la madurez (esposo, hijos o a quienes se ha consagrado por vocación religiosa). Es una asociación a la obra redentora de Cristo por medio de su santificación personal que en la mujer adquiere un carácter singularmente oblativo y sacrificial; ella tiene vocación a la inmolación, a ser víctima, a entregarse. 'Está naturalmente dispuesta al 'sacerdocio del corazón' porque el espíritu de sacrificio, tan natural en ella, es parte integrante del espíritu sacerdotal' (p. 153).
La A. busca con este estudio 'que el hombre y la mujer se reconcilien con su propia identidad' (p. 8). Ella lo trata particularmente de la mujer. Los movimientos feministas -falsamente defensores de la dignidad femenina- no han hecho otra cosa que sumergir a la mujer en una profunda confusión e inseguridad de sí misma, dándole una imagen falsa y desfigurada de sí misma. A muchas mujeres, escribe Croissant, 'las he encontrado perdidas, desamparadas (...) han perdido la identidad (...) ignoran cómo situarse con respecto al varón y cuál podría ser su misión' (p. 13). 'Al creer que tiene que liberarse de la dominación del hombre, ella ha asumido esquemas masculinos en detrimento de su femineidad, separándose así de su naturaleza profunda. Se ha encontrado entonces más sola y vulnerable, en situaciones complicadas que la sumen frecuentemente en una profunda angustia' (p. 17).
Para que la mujer pueda redescubrir su profunda identidad de mujer, Croissant considera que la mujer debe hacer propio el itinerario de descubrirse como 'hija de Dios', como 'esposa' y como 'madre'. Ante todo, redescubrirse como 'hija de Dios'; 'esta filiación es la única que nos puede liberar de todos nuestros complejos, y llevarnos a actuar sin depender de nuestras antiguas heridas, llegando a ser auténticamente libres'. En segundo lugar como 'esposa'; la dignidad de la mujer está íntimamente ligada al amor que recibe en razón de su femineidad y, por otra parte, al amor que ella misma intercambia. Es esa dimensión de esposa que no siempre es fácil descubrir. Es natural comprender que se es hija y que se es madre, es decir, una relación en la que una mujer se encuentra por encima o por debajo de otro ser. Pero es mucho más complicado estar ante el otro, sin miedo, sin vergüenza, con la conciencia de saber quién se es, sin sentirse amenazado o aplastado y sin aplastar al otro. La plenitud del hombre, al igual que la mujer, consiste en llegar a ser esposo, redescubrir el cara a cara, condición para una relación justa, desinteresada, realizadora, fecunda. Finalmente, al ser plenamente esposa, la mujer se convierte plenamente en madre; la A. señala que no hay maternidad sin desposorio, sin una unión en el don de sí y en la acogida del otro. El poder llevar en su propio seno al hijo, participando de una manera tan íntima en la Creación, entregando su propia carne y su propia sangre es una gracia extraordinaria concedida a la mujer. Todo su ser está concebido en función de su vocación a la maternidad. Al querer imponer a la mujer modelos machistas se acaba amputando gravemente en la mujer las dimensiones más inconscientes de su ser.
Es interesante que la A. afirme que 'el mundo moderno está desestabilizado completamente porque la mujer no sabe quién es y, más que nunca, se cuestiona sobre su identidad y misión' (p. 17). Uno de los errores de las reivindicaciones feministas fue el de situar la liberación de la mujer únicamente en su relación con el hombre, y el de ofrecerle únicamente como única alternativa la de someterse o dominarle. La única manera para no entrar en esta relación de fuerzas es la de plantear de manera adecuada su relación con el hombre, es decir, planteando la relación de la mujer con Dios. La mirada cariñosa de Dios sobre las mujeres las reconcilia con ellas mismas y restaura en ellas su imagen.
De que la mujer recupere el papel que Dios le ha dado en su Obra depende el futuro de la humanidad, porque depende el futuro de la vida -ella es 'madre de los vivientes', Eva-. Ante una 'sociedad andrógina' (p. 22) -creadora de un monstruoso varón/hembra, igualitario e indiferenciado no solo en su dignidad sino ya en su naturaleza y misión- la mujer debe entender su maravillosa misión -don de Dios-, que pasa por comprender en todas sus dimensiones su vocación de Hija de Dios, Esposa y Madre (lo que vale tanto en el orden físico como en el espiritual; para la vocación conyugal como para la virginal).
Así como por María entra Dios al mundo, así la mujer es un punto de partida en la obra de la salvación de muchos seres humanos. Como explica la A.: 'Hay entre la mujer y Dios como una connivencia, una complicidad. Ella participa en el nacimiento del hombre, en el nacimiento de la humanidad, uniéndose a Dios. Por el 'Sí' de María, la salvación entró en el mundo. Por el 'Sí' de la mujer, el mundo será salvado. Ella precede al hombre en la comprensión de los misterios divinos, y por la recepción del Verbo, da a luz al Reino. Ella muestra el camino. Por eso, por su misión específica en el plan de Dios, la mujer debe cambiar primero ' (p. 75).
La conversión de la mujer es aurora de la conversión de los demás hombres. Por eso el demonio ha puesto tanto énfasis en la destrucción de la mujer -es decir, de la auténtica femineidad quitando las auténticas diferencias entre varón y mujer, atacando el matrimonio y la familia tradicional, esterilizando la maternidad, burlando la virginidad. 'El Maligno es mucho más celoso de la mujer que del varón porque ella tiene la misión de ser vida, de dar la vida, de dar a luz y por eso participar íntimamente en el plan de Dios. La serpiente sabe que para estar contra el plan de Dios, debe atacar a la mujer y disminuir su capacidad de dar vida' (p. 102).
Estos son algunos de los temas de este libro, cuya aparición hay que aplaudir.
Jo Croissant
Lumen, Buenos Aires 2004
Es un libro que no tiene desperdicio, escrito por una mujer inteligente que ha sabido penetrar con la luz de la fe el misterio de la femineidad.
La A. es esposa de Efraín Croissant, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas, asociación internacional de fieles de derecho pontificio. Se casó con él cuando Efraín era pastor protestante; cuatro años más tarde él se convertía a la Iglesia Católica.
En un mundo marcado por la polémica del feminismo radical, un título como el que lleva el libro -el original francés es el mismo- levantaría sospechas de encontrarnos ante una reivindicación del sacerdocio femenino. La A. es una guía segura en este tema y no se ha dejado seducir por un feminismo falsificado. La tesis de fondo -el libro es un delicado y profundo estudio de la verdadera femineidad- es que la mujer no puede ser sacerdote ministerial 'porque el presbítero representa a Cristo y es llamado a actuar 'in persona Christi', en la persona misma de Cristo, y a perpetuar en la Misa el sacrificio de Cristo ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo' (p. 151); pero 'la mujer con toda la Iglesia se une a Cristo en este sacrificio. Con Él, la Iglesia es también sacerdote y víctima, ofreciéndose toda ella con Jesús' (p. 151-152). Por eso habla de sacerdocio del corazón (la forma propia en que la mujer ejerce el sacerdocio de los fieles). Para Jo Croissant la mujer es 'sacerdotal por naturaleza' en el sentido de ejercer una 'mediación' salvífica respecto de aquellos a quienes ella transmite la vida y la madurez (esposo, hijos o a quienes se ha consagrado por vocación religiosa). Es una asociación a la obra redentora de Cristo por medio de su santificación personal que en la mujer adquiere un carácter singularmente oblativo y sacrificial; ella tiene vocación a la inmolación, a ser víctima, a entregarse. 'Está naturalmente dispuesta al 'sacerdocio del corazón' porque el espíritu de sacrificio, tan natural en ella, es parte integrante del espíritu sacerdotal' (p. 153).
La A. busca con este estudio 'que el hombre y la mujer se reconcilien con su propia identidad' (p. 8). Ella lo trata particularmente de la mujer. Los movimientos feministas -falsamente defensores de la dignidad femenina- no han hecho otra cosa que sumergir a la mujer en una profunda confusión e inseguridad de sí misma, dándole una imagen falsa y desfigurada de sí misma. A muchas mujeres, escribe Croissant, 'las he encontrado perdidas, desamparadas (...) han perdido la identidad (...) ignoran cómo situarse con respecto al varón y cuál podría ser su misión' (p. 13). 'Al creer que tiene que liberarse de la dominación del hombre, ella ha asumido esquemas masculinos en detrimento de su femineidad, separándose así de su naturaleza profunda. Se ha encontrado entonces más sola y vulnerable, en situaciones complicadas que la sumen frecuentemente en una profunda angustia' (p. 17).
Para que la mujer pueda redescubrir su profunda identidad de mujer, Croissant considera que la mujer debe hacer propio el itinerario de descubrirse como 'hija de Dios', como 'esposa' y como 'madre'. Ante todo, redescubrirse como 'hija de Dios'; 'esta filiación es la única que nos puede liberar de todos nuestros complejos, y llevarnos a actuar sin depender de nuestras antiguas heridas, llegando a ser auténticamente libres'. En segundo lugar como 'esposa'; la dignidad de la mujer está íntimamente ligada al amor que recibe en razón de su femineidad y, por otra parte, al amor que ella misma intercambia. Es esa dimensión de esposa que no siempre es fácil descubrir. Es natural comprender que se es hija y que se es madre, es decir, una relación en la que una mujer se encuentra por encima o por debajo de otro ser. Pero es mucho más complicado estar ante el otro, sin miedo, sin vergüenza, con la conciencia de saber quién se es, sin sentirse amenazado o aplastado y sin aplastar al otro. La plenitud del hombre, al igual que la mujer, consiste en llegar a ser esposo, redescubrir el cara a cara, condición para una relación justa, desinteresada, realizadora, fecunda. Finalmente, al ser plenamente esposa, la mujer se convierte plenamente en madre; la A. señala que no hay maternidad sin desposorio, sin una unión en el don de sí y en la acogida del otro. El poder llevar en su propio seno al hijo, participando de una manera tan íntima en la Creación, entregando su propia carne y su propia sangre es una gracia extraordinaria concedida a la mujer. Todo su ser está concebido en función de su vocación a la maternidad. Al querer imponer a la mujer modelos machistas se acaba amputando gravemente en la mujer las dimensiones más inconscientes de su ser.
Es interesante que la A. afirme que 'el mundo moderno está desestabilizado completamente porque la mujer no sabe quién es y, más que nunca, se cuestiona sobre su identidad y misión' (p. 17). Uno de los errores de las reivindicaciones feministas fue el de situar la liberación de la mujer únicamente en su relación con el hombre, y el de ofrecerle únicamente como única alternativa la de someterse o dominarle. La única manera para no entrar en esta relación de fuerzas es la de plantear de manera adecuada su relación con el hombre, es decir, planteando la relación de la mujer con Dios. La mirada cariñosa de Dios sobre las mujeres las reconcilia con ellas mismas y restaura en ellas su imagen.
De que la mujer recupere el papel que Dios le ha dado en su Obra depende el futuro de la humanidad, porque depende el futuro de la vida -ella es 'madre de los vivientes', Eva-. Ante una 'sociedad andrógina' (p. 22) -creadora de un monstruoso varón/hembra, igualitario e indiferenciado no solo en su dignidad sino ya en su naturaleza y misión- la mujer debe entender su maravillosa misión -don de Dios-, que pasa por comprender en todas sus dimensiones su vocación de Hija de Dios, Esposa y Madre (lo que vale tanto en el orden físico como en el espiritual; para la vocación conyugal como para la virginal).
Así como por María entra Dios al mundo, así la mujer es un punto de partida en la obra de la salvación de muchos seres humanos. Como explica la A.: 'Hay entre la mujer y Dios como una connivencia, una complicidad. Ella participa en el nacimiento del hombre, en el nacimiento de la humanidad, uniéndose a Dios. Por el 'Sí' de María, la salvación entró en el mundo. Por el 'Sí' de la mujer, el mundo será salvado. Ella precede al hombre en la comprensión de los misterios divinos, y por la recepción del Verbo, da a luz al Reino. Ella muestra el camino. Por eso, por su misión específica en el plan de Dios, la mujer debe cambiar primero ' (p. 75).
La conversión de la mujer es aurora de la conversión de los demás hombres. Por eso el demonio ha puesto tanto énfasis en la destrucción de la mujer -es decir, de la auténtica femineidad quitando las auténticas diferencias entre varón y mujer, atacando el matrimonio y la familia tradicional, esterilizando la maternidad, burlando la virginidad. 'El Maligno es mucho más celoso de la mujer que del varón porque ella tiene la misión de ser vida, de dar la vida, de dar a luz y por eso participar íntimamente en el plan de Dios. La serpiente sabe que para estar contra el plan de Dios, debe atacar a la mujer y disminuir su capacidad de dar vida' (p. 102).
Estos son algunos de los temas de este libro, cuya aparición hay que aplaudir.
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