miércoles, 23 de diciembre de 2009

Navidad - Alejandro Fernández

Navidad
Alejandro Fernández


Ha nacido en un portal de Belén
El Niño Dios.
Yo quisiera poner a tus pies
Algún presente que te agrade Señor
Más tu ya sabes que soy pobre también...

Video: El niño del tambor - Alejandro Fernández
(Original: "Carol of the Drum" - Katherine K. Davis)





¡Muy feliz Navidad!
Y que Cristo renazca en los corazones, en las familias y en la sociedad.



sábado, 5 de diciembre de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

Otro inocente asesinado en "democracia" - Mónica del Río

OTRO INOCENTE ASESINADO EN "DEMOCRACIA”
Mónica del Río



Se practicó el aborto en el Hospital Materno-Infantil de Tigre que dirige Lionel Cracco. El profesional dijo que una junta especial evaluó la salud integral (física, psíquica y social) de la menor antes de tomar la decisión.

La niña de 10 años con retraso madurativo, que estaba embarazada de 11 semanas, era violada desde hacía tiempo por su padrastro. Al saber que estaba embarazada su mamá solicitó el aborto amparándose en el art. 86 del Código Penal.

Mientras los medios de comunicación siguen erotizando a la población y los violadores caminan por la calle; crece la lista de inocentes asesinados en "democracia”, sin nombre ni tumba.


Los casos anteriores

8 julio de 2005: después de que la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires les diera “permiso para matar”, los médicos del Hospital Evita de Lanús, practicaron el aborto a una mujer que sufría una miocardiopatía dilatada. El Hospital Universitario Austral ofreció en ese momento infraestructura y especialistas, para intentar salvar las dos vidas, otros ofrecieron subsidios para madre e hijo y varios matrimonios solicitaron la adopción. Todo fue rechazado, se asesinó al bebé, un inocente de más de 5 meses de gestación.

19 de agosto de 2006: se practicó el aborto a la discapacitada de Guernica que por entonces tenía 19 años y cinco meses de embarazo, una vez más la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires había dado “permiso para matar”. El crimen se consumó en una clínica privada de La Plata -con el apoyo de la “Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito” según declaró en ese momento a los medios la ya fallecida activista abortista Dora Coledesky- porque el Hospital San Martín de esa ciudad se negó finalmente a realizar la intervención por lo avanzado del embarazo.

24 de agosto de 2006: En la madrugada y tras haber obtenido, de la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Mendoza, el “permiso para matar”; se asesinó al bebé en un hospital público de esa provincia. La gestante, de 25 años, había sido violada por el concubino de su hermana que vivía bajo el mismo techo. Se volvieron a rechazar los ofrecimientos (adopción, subsidios…) que intentaban salvar ambas vidas. El resultado: otro inocente aniquilado.

22 de septiembre de 2007: El bebé en gestación de Paraná, producto de una violación a una discapacitada mental, fue asesinado en Mar del Plata.

El Superior Tribunal de Entre Ríos había dado “permiso para matar”, pero una cosa es dictar la pena de muerte y otra ejecutarla. Los médicos del Materno Infantil de Paraná se negaron por unanimidad a practicar el aborto. Declaró el Dr. Cati, director del hospital: tras la microcesárea “el médico recibe un feto vivo, cuyo corazón late, que mueve sus miembros. Usted qué hace: ¿lo tira a la chata y deja que se muera o llama a un pediatra? Ningún médico quiere enfrentar esa situación” (Página 12, 22/09/2007).

Pero el Gobierno de Néstor Kirchner no escatimó esfuerzos hasta encontrar al verdugo. Sus funcionarios se ocuparon del caso. El INADI, acompañó a la joven mamá a Mar del Plata mientras el por entonces Ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, hacía las gestiones para que en el Materno Infantil de esa ciudad, que dirigía Hugo Casarca, se asesinara brutalmente al bebé.

1 de octubre de 2008: en el Hospital Penna de Bahía Blanca asesinaron al hijo de una joven de 18 años con discapacidad mental que vivía en el Patronato de la Infancia, violada durante una de las salidas. El bebé tenía más de 10 semanas de gestación.

El director del Hospital, Alberto Taranto, decidió practicar el aborto tras consultar con una comisión interdisciplinaria que no incluyó objetores de conciencia. La comisión acordó la realización del aborto porque entendió que la Resolución 304/2007 los eximía de sanciones penales y les otorgaba “permiso para matar”.

La adolescente fue internada inmediatamente pero ante el pedido de adopción del bebé, el juez Jorge Longás dictó una medida cautelar que suspendió el aborto; horas después, los otros dos integrantes del Tribunal de Familia, Edgardo Manassero y Patricia Marenoni revocaron la suspensión, dando luz verde al abominable crimen.

4 de febrero de 2009: en el hospital Ramón Castillo de Santiago del Estero, asesinaron a un bebé de 4 meses de gestación producto de una violación a una joven discapacitada. El aborto fue solicitado por una hermana de 28 años, a la que la juez Mónica Bravo Mayuli designó como representante legal de la joven. El Dr Luciano Paván se había ofreció a adoptar al bebé, pero una vez más se optó por asesinarlo.

18 de mayo de 2009: en el Hospital Artémides Zatti de Viedma, Río Negro, asesinaron a un bebé de 14 semanas de gestación. El aborto fue solicitado por los padres de una nena de 13 años embarazada tras una violación. El violador sería el concubino de su abuela de 64 años que venía abusando de la nena desde hacía un año. La práctica se realizó el mismo día en que la autorizó la Sala B de la Cámara en lo Criminal de Río Negro. La Defensora de Menores apeló en tiempo y forma, pero al bebé ya lo habían matado. El director del hospital, Gonzalo Toundaian, que pidió la actuación de la justicia porque “no se encontraba autorizado legalmente para llevar adelante la práctica”, no esperó la 48 hs necesarias para que el fallo quede firme.


Fuente: NOTIVIDA, Año IX, Nº 639, 20 de noviembre de 2009




jueves, 29 de octubre de 2009

Las enfermedades mentales según los Padres de la Iglesia - Reseña del libro de Jean-Claude Larchet

Las enfermedades mentales según los Padres de la Iglesia
Reseña del libro "Terapia de enfermedades mentales. Experiencia del Oriente cristiano en los primeros siglos" de Jean-Claude Larchet
Martín F. Echavarría


Hace varios años escribí una recensión del libro "Théapeutique des maladies mentales", que pongo a continuación, con alguna modificación. Lamentablemente, esta, como las demás obras del mismo autor, aún no ha sido publicada en castellano.


Jean-Claude Larchet,
Terapia de enfermedades mentales.
Experiencia del Oriente cristiano en los primeros siglos.
Les Éditions du Cerf, Paris 1992, pp. 181


El autor de este interesante libro, Jean Claude-Larchet, Doctor en Filosofía y en Teología, y antigüo profesor de teología en Estrasburgo, es un cristiano ortodoxo francés, especialista en patrística oriental y, en particular, en el tema de la relación entre enfermedad y fe cristiana. De hecho, la obra que aquí reseñamos es la última de una trilogía dedicada al tema de la enfermedad. La han precedido Theologie de la maladie (Éd. du Cerf, Paris 1991) y Thérapeutique des maladies spirituelles (Éd. de l'Ancre, Paris 1991, reeditada después por Éd. du Cerf). En el libro que nos ocupa, Larchet intenta presentar de modo sistemático la concepción de los Padres de oriente acerca de la enfermedad mental, mostrando su actualidad y refutando algunos prejuicios con que muchos autores contemporáneos, en particular psiquiatras y psicólogos, se refieren a los mismos (por ejemplo, en el tema de enfermedad mental y posesión diabólica).

Para lograr estos objetivos, el autor hace amplias referencias a la psicopatología contemporánea, de cuyos temas y autores se muestra serio conocedor. Criticando la aproximación cientificista y reduccionista a la enfermedad mental, el autor valoriza sin embargo algunas corrientes que han llamado la atención sobre la dimensión espiritual del hombre, citando en particular a Frankl, Caruso, Daim y Jung (p.20, nota 22). Larchet se refiere a las ambigüedades del concepto de “enfermedad mental”, puestas de manifiesto por autores como Foucault y la corriente de antipsiquiatría, y considera que bajo tal denominación se ocultan realidades diversas (p.11). Además, las clasificaciones nosológicas en curso en general son puramente descriptivas, mientras que la causa de tales trastornos puede ser diversa. Y es en base a la causa que conviene hacer una clasificación que permita un diagnóstico y una terapéutica eficaces.

Tres son las principales causas que el autor, siguiendo a los Padres, distingue, aclarando que a menudo pueden converger: 1) una primera categoría de trastornos mentales, son enfermedades en sentido estricto, es decir, con causa orgánica; 2) una segunda, no menos importante, es la causa diabólica, que Larchet defiende contra la impugnación moderna; 3) finalmente, el autor habla de una causa espiritual, que son los vicios, y que correspondería a la mayor parte de las neurosis de la psicopatología actual (pp.14-20). En base a esta triple causalidad el autor organiza el libro: luego de un claro capítulo dedicado a la antropología de los Padres (pp.25-42), que sirve de base a su psicopatología, siguen tres capítulos dedicados a cada una de las tres causas, orgánica (43-52), diabólica (53-96) y espiritual (97-132). Finalmente, un último capítulo se refiere a los “locos por Cristo”, ascetas que fingían la locura como medio de santificación (133-168).

En el primer capítulo (Prémises anthropologiques: le composé humain) Larchet pone como fundamento la concepción del hombre como compuesto de alma y cuerpo. “l'âme n'est pas l'homme, écrit saint Justin, mais âme d'homme; le corps n'est pas l'homme, mais corps d'homme” (p.26). Sin embargo, el alma humana (nous) de algún modo trasciende el cuerpo. La triple distinción paulina espíritu, alma y cuerpo, no supone una diferencia sustancial entre los dos primeros: “Les Pères, qui utilisent fréquemment la représentation dichotomiste âme-corps, comprenant dans l'unique notion d'âme (psukhè) tous ses éléments, manifestent clairement ainsi leur sens de l'unité profonde de l'âme. En recourant en d'autres occasions à la représentation trichotomiste esprit/intellect-âme-corps, ils cherchent plus particulièrement à mettre en valeur la fonction d'union à Dieu qui est dans l'homme” (pp.38-39). En el espíritu brilla la imagen de Dios y se recibe la gracia que deifica al hombre haciéndolo adquirir la semejanza divina (p.38). El texto de Gregorio Palamas citado al final del capítulo nos parece algo oscuro (pp.41-42).

“La folie d'origine somatique” es el segundo capítulo. En él, el autor defiende a los Padres de la acusación de demonizar toda enfermedad mental. Por el contrario, muchos de entre ellos fueron grandes conocedores de la medicina de su tiempo, y no ignoraron que muchos trastornos mentales tienen como causa un desorden orgánico. Sin embargo, “les troubles psychiques qui se révèlent en ces cas ne sont donc des troubles de l'âme que d'un point de vue extérieur. La folie, qui en certaines de ces formes donne son nom à ces troubles, n'est pas ici à proprement parler maladie de l'âme mais du corps” (p.48). Pero el rol causativo del cuerpo debe ser probado, pues que el cuerpo intervenga en la afección habla de la unidad substancial del hombre, no necesariamente de una causa somática (pp.49-50). En caso de causa somática probada, es el médico en sentido estricto (“médico del cuerpo”) quien debe intervenir.

El tercero es un largo capítulo dedicado al origen diabólico de algunos trastornos mentales. Resumimos aquí su contenido. En primer lugar, no toda enfermedad mental tiene causa demoníaca en la visión de los Padres. Sin embargo, muchas enfermedades con causa orgánica pueden ser también causadas por el demonio, simplemente porque el demonio influye la mayor parte de las veces a través de la inmutación corporal. “Les démons, en effet, agissent souvent sur l'âme par l'ntermédiaire du corps, car c'est ce dernier qui leur est le plus facilement et plus immédiatement accessible. Ils utilisent alors les lois ordinaires du monde physique, les mêmes qui peuvent entrer en jeu dans d'autres étiologies, nottment purement physiologiques” (pp.56-57). El autor señala que la posesión diabólica no necesariamente va acompañada de una aceptación por parte de quien la padece. Para muchos es la única forma extrema para ser purificados de sus pecados (p.65). Por otro lado, toda persona dominada por sus pasiones, está, de alguna manera, en poder del demonio (p.63). La afirmación de que el demonio puede penetrar en la profundidad del alma de algunas personas (p.64), nos parece poco clara, y merecería algunas aclaraciones, pues sólo el Creador llega hasta lo más profundo de las creaturas. Por ello el modo de habitar de Dios (natural y por gracia) es muy diverso de la habitación violenta del demonio. Finalmente, el autor pone de manifiesto la actitud de caridad cristiana manifestada por los santos Padres hacia los posesos, y señala como remedio principal el ayuno y la oración, acompañado de otros secundarios, como el reposo y el silencio.

El cuarto capítulo, “la folie d'origine spirituelle”, se refiere al desorden pasional, a los vicios. Se trata de una disfunción del psiquismo, con causa en el psiquismo mismo. Es una perversión de la naturaleza en la relación del hombre con Dios (p.97). “Pour les Pères une part importante des désordres que nous considérons aujourd'hui comme purement psychiques relèvent en fait du domaine spirituel” (p.98). Si bien es difícil establecer una correlación estricta entre la “nosografía de los Padres” y la “nosografía actual”, la correlación entre síntomas es mucho más fácil que entre síndromes (pp.98-99). A la pasión del orgullo se pueden reconducir algunos de los trastornos de la psicopatología actual caracterizados por la “sobrevalorización” o “hipertrofia del yo”, así la psicosis paranoica y la neurosis histérica. El “narcisismo” de Freud correspondería a la “filautía”. La astenia, sería reconducible a la “acidia”, lo mismo que muchos síntomas depresivos, como también a la pasión de la tristeza, etc. (pp.99-100). A continuación, el autor se ocupa especialmente de la tristeza y de la acidia, remitiendo a su libro sobre las “maladies spirituelles” (muy serio y documentado), para una profundización en el tema.

Por motivos de brevedad, dejamos de lado el comentario del quinto capítulo (Une forme singulière de folie: la folie pour le Christ), de gran interés sin embargo, y pasamos a las conclusiones. Si bien el libro nos parecería más rico integrando la tradición oriental y la occidental (que forman una sola Tradición), y a pesar de algunas oscuridades que hemos señalado, nos parece en balance de enorme valor, y constituye uno de los pocos que afronta el tema de la enfermedad mental en todas sus dimensiones desde un punto de vista cristiano serio y valiente. Auguramos que muchas de sus afirmaciones pasen a ser patrimonio común de los psicólogos cristianos, y expresamos el deseo de que surjan más obras que completen la deficiente bibliografía que lamentablemente todavía subsiste en campo católico sobre estos temas. Un último valor que queremos aquí señalar de este libro es un importante índice bibliográfico de doce páginas.

* * *


Datos sobre el autor del libro:
Jean-Claude Larchet. Nacido en 1949. Casado y con un hijo. Convertido a la ortodoxia a los 21 años. Doctor en Filosofía y en Teología. Ex-profesor de Filosofía en Forbach (Moselle) y en la Universidad de Estrasburgo. Especialista en Teología Patrística, y en la relación entre la salud, la enfermedad y la curación según la tradición cristiana oriental. Entre sus obras podemos nombrar: Théologie de la maladie, Cerf, Paris, 1991; 1994, II ed.; Thérapeutique des maladies spirituelles, Cerf, Paris, 1997; La divinisation de l'homme selon saint Maxime le Confesseur, Cerf, Paris, 1996; L'inconscient spirituel, Cerf, Paris, 2005.


Datos sobre el autor de la recensión:
Martín F. Echavarría. Doctor en Filosofía (UPRA, Roma, 2004); Licenciado en Filosofía (UCA, Buenos Aires, 1999); Licenciado en Psicología (UCA, Buenos Aires, 1997); Vicedecano de Psicología de la Universitat Abat Oliba CEU (UAO, Barcelona, España); Profesor de Historia de la Psicología y de Psicología de la Personalidad (UAO); Profesor de la Diplomatura de Estudios Tomistas del Instituto Santo Tomás de la Fundación Balmesiana (Barcelona).








martes, 6 de octubre de 2009

Canción DAV por el Derecho a Vivir

Canción DAV por el Derecho a Vivir


Todos el 17 de Octubre en la Puerta del SOL, a las 17:00 por la VIDA, la MUJER y la MATERNIDAD. ¡¡¡¡¡¡VEN!!!!!



Creo que pronto tendremos que pensar en hacer esto en nuestra vapuleada Patria Argentina.




martes, 15 de septiembre de 2009

El matrimonio ayer y hoy

El matrimonio ayer y hoy

Un documento que brinda a los esposos la oportunidad de vivir un matrimonio más profundo y fecundo.

Cuando algo anda mal en el mundo, decía el extraordinario sentido común de Chesterton, es que la Iglesia tiene razón. Quien lea detenidamente la Encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI, verá cómo y por qué muchas cosas acontecidas en el mundo a lo largo de los 30 últimos años, estaban anunciadas en aquel documento, como el Arzobispo de Denver, con meridiana claridad anglosajona, expone en una carta pastoral, de la que, por razones de espacio, sólo podemos transcribir poco más de la mitad. No era menester bola de cristal, porque la experiencia enseña que no es bueno traicionar la naturaleza, ya que, una vez puestas ciertas causas, se siguen de modo irremediable previsibles efectos.


CARTA PASTORAL DE MONS. CHAPUT, ARZOBISPO DE DENVER, En el 30º aniversario de la Enciclica Humanae Vitae

Hace treinta años, el Papa Pablo VI publicó la carta encíclica Humanae vitae, reafirmando la enseñanza constante de la Iglesia sobre la regulación de la natalidad. Se trata, seguramente, de la intervención papal más mal entendida de este siglo. Fue la chispa que dio inicio a tres décadas de duda y disenso entre muchos católicos, sobre todo en los países desarrollados. Sin embargo, con el paso del tiempo, ha resultado profética. Enseña la verdad. Por consiguiente, la finalidad de esta carta pastoral es sencilla. Creo que el mensaje de la Humanae vitae no es una carga sino una fuente de alegría. Creo que la encíclica brinda a los esposos la oportunidad de vivir un matrimonio más profundo y fecundo. Por eso, lo que pido a las familias de nuestra Iglesia local no es un respetuoso gesto de asentimiento ante este documento que los críticos desechan considerándolo irrevelante, sino un esfuerzo activo y constante de estudiar la Humanae vitae, de enseñarla fielmente en nuestras parroquias y de animar a los esposos a vivirla.


TIPOS DE ADICCIÓN Y CONTRADICCIÓN

Tarde o temprano, todo pastor tiene que dar consejos a alguien que lucha contra alguna forma de adicción. De ordinario el problema suele ser del alcohol o las drogas. Y normalmente el escenario es el mismo. El adicto admite que tiene un problema, pero afirma que no es capaz de resolverlo. O no reconoce que tiene un problema, aunque la adicción esté destruyendo su salud y arruinando su trabajo y su familia. Por muchos razonamientos que haga el pastor, por más verdaderos y persuasivos que sean sus argumentos, y por más que la situación represente un peligro para su vida, el adicto sencillamente no logra comprender, o no puede poner en práctica, el consejo. La adicción, como un grueso panel de vidrio, separa al adicto de cualquier persona que podría ayudarle. Un modo de comprender la Humanae vitae consiste en examinar la historia de las últimas tres décadas a través de esta comparación con la adicción. Creo que si al mundo industrializado le resulta difícil aceptar esta encíclica, no es por algún defecto en el razonamiento de Pablo VI, sino más bien por las adicciones y contradicciones en que ha caído, precisamente tal como había advertido el Santo Padre. Al presentar su encíclica, Pablo VI puso en guardia frente a cuatro problemas principales (cfr. n. 17) que surgirían si no se aceptaba la doctrina de la Iglesia sobre la regulación de la natalidad. Ante todo, advirtió que el uso generalizado de la acticoncepción llevaría «a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad». Y es exactamente lo que ha sucedido. Pocos se atreverían a negar que el índice de abortos, divorcios, hogares rotos, violencia sobre mujeres e hijos, enfermedades venéreas y nacimientos fuera del matrimonio, ha aumentado muchísimo desde la mitad de la década de 1960. Desde luego la píldora anticonceptiva no ha sido el único factor de este fenómeno, pero ha sido un factor importante. De hecho, la revolución cultural que comenzó en 1968, guiada, al menos en parte, por una nueva actitud ante el sexo, no hubiera se hubiera podido mantener sin un fácil acceso a una anticoncepción segura. En esto Pablo VI tuvo razón. «Liberación» del hombre y explotación de la mujer En segundo lugar, advirtió que le hombre perdería el respeto a la mujer «sin preocuparse de su equilibrio físico o psicológico», hasta el punto de considerarla «como simple instrumento de goce egoísta y no como compañera, respetada y amada». En otras palabras, según el Papa la anticoncepción podía presentarse como medio de liberación para la mujer, pero en realidad los «beneficiarios» de las píldoras y de los medios anticonceptivos serían los hombres. Tres décadas después, exactamente como había predicho Pablo VI, la anticoncepción ha «liberado» a los hombres -en un nivel sin precedentes en la historia- de la responsabilidad de sus agresiones sexuales. En ese proceso, uno de los aspectos más irónicos del debate de la pasada generación sobre la anticoncepción fue el siguiente: muchas feministas atacaron a la Iglesia católica por su presunta falta de aprecio a las mujeres, pero en la Humanae vitae la Iglesia identificó y rechazó la explotación sexual de la mujer años antes de que ese mensaje entrara a formar parte de la corriente cultural principal. Una vez más, Pablo VI tuvo razón. Arma eugenética peligrosa En tercer lugar, el Santo Padre advirtió que el uso generalizado de la anticoncepción pondría un arma peligrosa (...) en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. Como hemos podido descubrir desde entonces, la eugenética no desapareció en 1945 con las teorías raciales nazis. Las políticas de control demográfico son ahora parte integrante de casi todos los debates sobre las ayudas a los países extranjeros. La masiva exportación de anticonceptivos, de la práctica del aborto y de la esterilización desde el mundo industrializado hacia los países en vías de desarrollo -a menudo como requisito esencial para enviar ayudas en dólares, y en directa contradicción con las tradiciones morales locales- no es más que una forma más o menos encubierta de guerra contra la población y de cambio cultural. También en esto Pablo VI tenía razón. Deshumanización de la mujer En cuarto lugar, el Papa Pablo VI advirtió que la anticoncepción llevaría a los seres humanos a creer erróneamente que tienen un señorío ilimitado sobre su cuerpo, transformando inevitablemente a la persona humana en objeto de su propia fuerza intrusa. Aquí radica otro aspecto irónico: un feminismo exagerado, refugiándose en la falsa libertad que ofrecen la anticoncepción y el aborto, ha contribuido activamente a la deshumanización de la mujer. El hombre y la mujer participan de modo singular en la gloria de Dios a través de su capacidad de crear, junto con El, una nueva vida. Sin embargo en la base de la anticoncepción está la suposición de que la fertilidad es una infección que se ha de combatir y controlar de la misma manera que se ataca a las bacterias con los antibióticos. En esta actitud se pone de manifiesto también el nexo orgánico entre anticoncepción y aborto. Si la fertilidad se presenta, de forma incorrecta, como una infección que es preciso combatir, entonces es posible hacer lo mismo con una nueva vida. En ambos casos uno de los aspectos característicos de la identidad de la mujer, o sea, su capacidad de gestar una nueva vida, es presentada como una debilidad, que exige una vigilante desconfianza y un "tratamiento". La mujer se convierte en objeto de los instrumentos con los que pretende asegurar su propia liberación y defensa, mientras el hombre no comparte esa carga. Una vez más Pablo VI tenía razón. Alteración ecológica de las relaciones humanas De este último argumento del Santo Padre han resultado muchas otras cosas: la fecundación in vitro, la clonación, la manipulación genética y los experimentos sobre embriones, todos ellos derivados de la técnica anticonceptiva. En efecto, hemos subestimado, drásticamente y con ingenuidad, los efectos de la técnica no sólo sobre la sociedad, sino también sobre nuestra identidad humana interior. Como observó Neil Postman, los cambios tecnológicos no son aditivos, sino ecológicos. Una nueva tecnología importante no «añade» algo a la sociedad, sino que lo cambia todo, como una gota de tinta roja que no se queda aislada en un vaso de agua, sino que colorea y cambia todas las moléculas del líquido. Las técnicas anticonceptivas, precisamente por su impacto sobre la intimidad sexual, han trastocado nuestro modo de entender los fines de la sexualidad, de la fertilidad e incluso del matrimonio. Los ha separado de la identidad natural y orgánica de la persona humana y ha alterado la ecología de las relaciones humanas. Ha confundido nuestro vocabulario sobre el amor, precisamente como el orgullo confundió el vocabulario de Babel. Ahora debemos sufrir cada día las consecuencias (...). [Mons. Chaput lo ilustra con ejemplos gráficos de las primeras páginas de los periódicos del día]. La sociedad estadounidense se está arruinando con problemas de identidad sexual y comportamientos desviados, con la destrucción de la familia y una degeneración general de la actitud ante el carácter sagrado de la vida humana. (...): nos está matando como pueblo. Así pues, ¿qué vamos hacer al respecto? Yo quiero subrayar que, si Pablo VI tenía razón sobre tantas consecuencias derivadas de la anticoncepción, es porque tenía razón sobre la anticoncepción en sí misma. Tratando de volver a ser íntegros como personas y como pueblo de fe, debemos comenzar por volver a leer la Humanae vitae con corazón abierto. Jesús dijo que la verdad nos haría libres. La Humanae vitae tiene mucha verdad. Es, por lo tanto, una clave para nuestra libertad.


EXPLICAR BIEN LA VERDAD DE LA HUMANAE VITAE (...)

Los deberes y responsabilidades de la vida matrimonial son numerosos y también serios. Deben ser previamente consideramos con esmero y en oración. Sin embargo, pocas parejas entienden su amor desde el punto de vista de la teología tradicional. Más bien, "se enamoran" (literalmente: "caen en amor", "they fall in love"). Es el vocabulario que usan, sencillo y revelador. Estas personas se rinden una a otra. Caen una en otra para poseerse plenamente. Y esto está bien. En el amor conyugal, Dios desea que los cónyuges encuentren gozo y placer, esperanza y vida abundante, uno en otro y uno a través del otro, de modo que el marido y la mujer, sus hijos y cuantos los conocen, pueden ser estrechados más profundamente en el abrazo de Dios. ¿De dónde vienen los niños? En consecuencia, al presentar la naturaleza del matrimonio cristiano a una nueva generación, debemos expresar las plenas satisfacciones que ofrece, al menos tan bien como sus deberes. La actitud católica frente a la sexualidad de ninguna manera es puritana, represiva o anticarnal. Dios creó el mundo y modeló a la persona humana a su imagen. Por lo tanto, el cuerpo es bueno. En efecto, para mí ha sido a menudo motivo de gran hilaridad escuchar de incógnito a personas que se lamentaban de la presunta represión de la sexualidad en la doctrina moral católica y, a la vez, del número excesivo de miembros de muchas buenas familias católicas (podíamos preguntarles: ¿de dónde creen que vienen los niños?). El matrimonio católico, justamente como Jesús mismo, no tiene nada que ver con la escasez, sino con la abundancia. No tiene nada que ver con la esterilidad, sino más bien con la fecundidad, que brota del amor unitivo y procreador. El amor conyugal de los católicos implica siempre la posibilidad de nueva vida y, precisamente por esto, libera de la soledad y asegura el futuro. Y, dado que asegura el futuro, se convierte en un crisol de esperanza en un mundo propenso a la desesperación. En efecto, el matrimonio católico es atractivo porque es auténtico. Está diseñado para creaturas como nosotros, hechos para la comunión. Los esposos se completan mutuamente. Cuando Dios une a un hombre y a una mujer en el matrimonio, crean, junto con El, una nueva totalidad: una pertenencia tan real, tan concreta, que una nueva vida, un hijo, es su expresión natural y su sello. Esto es lo que quiere decir la Iglesia cuando enseña que el amor conyugal católico es, por su naturaleza, tanto unitivo como procreador, y no sólo unitivo o procreador. Pero, ¿por qué los esposos no pueden simplemente elegir el aspecto unitivo del matrimonio y bloquear temporalmente, o incluso evitar permanentemente, su aspecto procreador? La respuesta es tan sencilla y radical como el Evangelio. Cuando los esposos se entregan honesta e integramente uno al otro, como la naturaleza del amor conyugal implica e incluso exige, este acto debe incluir todo su ser, y la parte más íntima y poderosa de cada persona es su fertilidad. La anticoncepción no sólo niega esta fertilidad y atenta contra la procreación, sino que, al hacer esto, necesariamente daña también la unidad. Es como si los esposos dijeran: Te daré todo mi ser, excepto mi fertilidad; aceptaré todo tu ser, excepto tu fertilidad. Este negarse, inevitablemente aisla y divide a los esposos, y deshace la santa amistad que los une..., tal vez no inmediata y abiertamente, pero sí de forma profunda y, a largo plazo, a menudo de modo fatal para el matrimonio (...). Mi oración es sencilla: que el Señor nos conceda la sabiduría para reconocer el gran tesoro que se encierra en nuestra doctrina sobre el amor conyugal y sobre la sexualidad humana, la fe, la alegría y la perseverancia para vivirla en nuestras familias y el valor, que Pablo VI tuvo, para predicarla de nuevo.


MONS. CHAPUT, ARZOBISPO DE DENVER
Denver, 22 de julio de 1998


lunes, 24 de agosto de 2009

Te llamo Mama - Felipe Gómez (canción sobre el aborto)

Te llamo Mama
Felipe Gómez
(canción sobre el aborto)


Video Pro Vida... Sí a la defensa de la Vida, de la mujer y de los hijos.




Existe el derecho a vivir...

Santa Gianna Beretta Molla (1922-1962)

Santa Gianna Beretta Molla (1922-1962)

¿Quién fue?

Gianna fue la décima de trece hijos, de una familia de clase media de Lombardía (al norte de Italia), estudió medicina y se especializó en pediatría, profesión que compaginó con su tarea de madre de familia. Quienes la conocían dicen que fue una mujer activa y llena de energía, que conducía su propio vehículo algo poco común en esos días, esquiaba, tocaba el piano y disfrutaba yendo con sus esposo a los conciertos en el conservatorio de Milán.

El marido de Gianna, el ingeniero Pietro Molla, recordó hace algunos años a su esposa como una persona completamente normal, pero con una indiscutible confianza en la Providencia.

Según el ingeniero Molla, el último gesto heroico de Gianna fue una consecuencia coherente de una vida gastada día a día en la búsqueda del cumplimiento del Plan de Dios. "Cuando se dio cuenta de la terrible consecuencia de su gestación y el crecimiento de un gran fibroma recuerda el esposo de Gianna su primera reacción, razonada, fue pedir que se salvara el niño que tenía en su seno".

Su oblación

El ingeniero Molla manifestó que "le habían aconsejado una intervención quirúrgica. Esto le habría salvado la vida con toda seguridad. El aborto terapéutico y la extirpación del fibroma, le habrían permitido más adelante tener otros niños". "Gianna eligió la solución que era más arriesgada para ella".

El anciano viudo de la beata señaló que en aquella época era previsible un parto después de una operación que extirpara solo el fibroma, pero ello sería muy peligroso para la madre, "y esto mi esposa como médico lo sabía muy bien".

Gianna falleció el 28 de abril de 1962, con 39 años de edad, una semana después de haber dado a luz. El último requisito se cumplió el 21 de diciembre, cuando el Papa aprobó un milagro atribuido a la intercesión de Gianna.


El milagro

La protagonista del milagro, ocurrido el 9 de noviembre de 1977 en un hospital brasileño, fue una joven parturienta quien se curó de septicemia infección generalizada del organismo. Las religiosas del hospital habían pasado la noche encomendando su curación a la intercesión de Gianna, cuya figura les era conocida porque el promotor del hospital era un hermano de la beata, médico y misionero capuchino en ese país. El Papa aprobó el decreto que reconocía sus virtudes heroicas y la beatificó.

El esposo de Gianna Beretta narra sus experiencias:
"Al buscar entre los recuerdos de Gianna algo para ofrecerle a la priora de las Carmelitas descalzas de Milán, recuerda el esposo de la beata Gianna Beretta, encontré en un libro de oraciones una pequeña imagen en la que, al dorso, Gianna había escrito de su puño y letra estas pocas palabras: "Señor, haz que la luz que se ha encendido en mi alma no se apague jamás".

Con ésta y otra anécdotas, combinadas con emotivas reflexiones, Pietro Molla reveló los perfiles desconocidos de su esposa Gianna Beretta, fallecida en 1962 y beatificada el 24 de abril de 1994 por el Papa Juan Pablo II. En una emotiva entrevista concedida a la periodista Giuliana Peluchi, Pietro dibujó un perfil de Gianna que definió con una sola frase: "Mi esposa era una santa normal".

Peluchi, autora de un libro sobre la vida de Gianna, recibió una repentina llamada de Pietro Molla, con quien se había reunido en numerosas ocasiones para elaborar la biografía de la "madre coraje" que prefirió ofrecer su vida antes de aceptar la operación que le costaría la vida a la niña que llevaba en su vientre. "Van a beatificar a Gianna", le dijo Pietro, emocionado, por teléfono. La periodista, atónita, solo atinó a pedirle una última entrevista, ya no en busca de datos biográficos, sino para escuchar un testimonio de Pietro sobre la vida de su esposa.

El testimonio

"Jamás creí estar viviendo con una santa. Mi esposa tenía infinita confianza en la Providencia y era una mujer llena de alegría de vivir. Era feliz, amaba a su familia, amaba su profesión de médico, también amaba su casa, la música, las montañas, las flores y todas las cosas bellas que Dios nos ha donado", confesó a la entrevistadora Pietro Molla, mientras sus ojos brillaban de intensa emoción. "Siempre me pareció una mujer completamente normal pero, como me dijo Monseñor Carlo Colombo, la santidad no está solo hecha de signos extraordinarios. Está hecha, sobre todo, de la adhesión cotidiana a los designio inescrutables de Dios", agregó.

Pietro Molla todavía recuerda cuando Monseñor Colombo lo llamó para pedirle introducir la causa de beatificación de Gianna. "Mi respuesta positiva fue muy sufrida. Sentimos que teníamos que exponer algo muy nuestro. La historia de mi esposa y su figura de mujer fueron cada vez más conocidas… A nosotros y a la familia de mi esposa nos seguían llegando numerosas cartas de todas partes del mundo. Nos escribían mujeres alemanas y estadounidenses que llamaban a Gianna "mamá"; que declaraban que en ella encontraban a una amiga y que afirmaban que se dirigían a ella cuando tenían necesidad de ayuda y que la sentían muy cercana…"La oración que Gianna Beretta escribiera en el reverso de aquella imagen pidiendo que la luz de la gracia no se apagase en ella jamás, se hizo, según su esposo, realidad: "ahora veo que esta luz, que ha alegrado durante un tiempo lamentablemente brevísimo mi vida y la de mis hijos, se difunde como una bendición sobre quien la conoció y la amó. Sobre quienes le rezan y se encomiendan a su intercesión ante Dios. Y esto me hace revivir, de manera acongojada, el privilegio que el Señor me concedió de compartir con Gianna una parte de mi vida".


Todas las madres

La pequeña Gianna Emanuella, la bebé por la que Gianna Beretta dio la vida La Peluchi no puede evitar preguntar a Pietro Molla sobre sus sentimientos respecto de la beatificación de su difunta esposa.

"Mis sentimientos, responde emocionado, tienen múltiples matices, de sorpresa, casi de maravilla, de agradecimiento a Dios y de aceptación jubilosa, ciertamente feliz y singular, de este don de la Divina Providencia, que también considero un reconocimiento a todas las innumerables madres desconocidas, heroicas como Gianna, en su amor materno y en su vida".

Los Molla-Beretta sin embargo, esperan que la beatificación, que ha convertido a Gianna en un estandarte vivo de la santidad en la vida familiar moderna y de la defensa de la vida del no nacido, no cambie su vida cristiana cotidiana.

"Espero, dice Pietro, que Gianna pueda descansar en el cementerio de su localidad natal junto a su hija Mariolina y junto a las demás mamás que la llamaban con ternura "nuestra doctora", Junto a las muchas mujeres que Gianna curó y a las cuales dio, con amor, su tiempo y profesionalidad".

Los Molla-Beretta seguirán viviendo el ejemplo de santidad sencilla en la vida cotidiana que les dejó Gianna. "Para mí y para mis hijos, Gianna seguirá siendo algo muy íntimo. Una espléndida esposa, una tiernísima madre. Si alguien tiene que hablar, que hable la Iglesia…".

sábado, 22 de agosto de 2009

Resistir y Rehacerse - Beatriz Vera Poseck

Resistir y rehacerse:
Una reconceptualización de la experiencia traumática desde la Psicología Positiva
Personalidad resistente, resiliencia y crecimiento postraumático

Beatriz Vera Poseck



“Es tan jodido enfrentarse al dolor. Sentimos la punzada del dolor y decimos “es culpa de ella, o de él, o culpa mía, o culpa de mi padre, o culpa de mi madre, o culpa de Dios...”. Y tratamos de zafarnos... ¡y todo sucede en un segundo!, ¡sentimos dolor...juzgamos! ¡Fuera ese dolor! Luchamos contra el dolor como si fuera a destruirnos cuando en realidad, si lo aceptamos, lo que hará será curarnos”. (Samuel Shem, 1997. Monte Miseria)

“Cuando estudiemos las fuerzas que permiten a las personas sobrevivir y adaptarse, los beneficios para nuestra sociedad sin duda serán mayores que todo el esfuerzo por construir modelos de prevención primaria, cuya meta es limitar la incidencia de la vulnerabilidad”. (Garmezy, 1971. Citado por Gottlieb, 1999)

“El concepto de resiliencia ha acabado con la dictadura del concepto de vulnerabilidad” (Stanislaw Tomkiewicz, 2001. La resiliencia: resistir y rehacerse)

Los atentados que convulsionaron Madrid el 11 de marzo de este año han despertado entre medios de comunicación y profesionales de la salud mental un gran interés por comprender y explicar cómo el ser humano hace frente a las experiencias traumáticas. Más allá de los modelos patogénicos de salud que durante estos días son asumidos por la mayoría de los expertos y por la propia población, que focalizan su atención en las debilidades del ser humano y conciben al sujeto que sufre una experiencia traumática como una víctima que potencialmente desarrollará una patología, existen otras formas de entender y conceptualizar el trauma que, desde modelos más salutogénicos, entienden al individuo como un sujeto activo y fuerte, con una capacidad natural de resistir y rehacerse a pesar de la vivencia de adversidades. Una concepción que puede enmarcarse dentro de una rama de la psicología de reciente aparición, la psicología positiva, centrada en estudiar y comprender los procesos y mecanismos que subyacen a las fortalezas y virtudes del ser humano.

Al focalizar la atención de forma exclusiva en los potenciales efectos patológicos de la vivencia traumática, se ha contribuido a desarrollar una “cultura de la victimología” que ha sesgado ampliamente la investigación y la teoría psicológica (Gillham y Seligman, 1999, Seligman y Csikszentmihakyi, 2000) y que ha llevado a asumir una visión pesimista de la naturaleza humana. Así, podemos decir que dos peligrosas asunciones subyacentes a esta cultura de la victimología en relación al trauma son: (1) que el trauma siempre conlleva grave daño y (2) que el daño siempre refleja la presencia de trauma (Gillham y Seligman, 1999).

Desde la psicología positiva se recuerda que el ser humano tiene una remarcable capacidad de adaptarse, de encontrar sentido y de crecimiento personal ante las experiencias traumáticas más terribles, capacidad que ha sido ignorada e inexplicada por la psicología durante muchos años (Park, 1998; Gillham y Seligman, 1999; Davidson, 2002). Así, distintos autores proponen reconceptualizar la experiencia traumática desde un modelo salutogénico que, basado en métodos positivos de prevención, tenga en consideración la habilidad natural de los individuos de afrontar, resistir e incluso aprender y crecer en las situaciones más adversas (Calhoun y Tedeschi, 1999; Paton et al., 2000; Stuhlmiller y Dunning, 2000; Gist y Woodall, 2000; Bartone, 2000; Manciaux, 2000; Pérez-Sales y Vázquez, 2003).

En el campo de la salud mental, es habitual la presencia de ideas esquemáticas sobre la respuesta del ser humano ante la adversidad (Avia y Vázquez, 1998), ideas erróneas preconcebidas acerca de cómo reaccionamos ante determinadas situaciones, basadas únicamente en prejuicios y estereotipos y no en hechos y datos comprobados. Así, se ha tendido a ignorar las diferencias individuales en la respuesta a situaciones estresantes (Everstine y Everstine, 1993; Peñacoba y Moreno, 1998), y la literatura científica sobre duelo y trauma ha asumido que existe una respuesta unidimensional y de muy escasa variabilidad en las personas que sufren pérdidas o experimentan sucesos traumáticos (Bonanno, 2004).

Frente a esta línea de pensamiento, existen en la literatura científica estudios que caminan en otra dirección. Uno de los más conocidos, es un pionero estudio de Wortman y Silver (1989) que revela la existencia de un gran número de ideas preconcebidas acerca de la respuesta humana ante la pérdida, ideas fuertemente arraigadas en la cultura occidental aún sin pruebas que demuestren su veracidad.

Así, por ejemplo, señalan la idea tradicionalmente aceptada de que la depresión o la desesperación intensas son inevitables ante la muerte de seres queridos por lo que cualquier persona que sufra una pérdida irreparable se deprimirá, o el hecho de que ante una pérdida el sufrimiento es necesario y su ausencia indica negación, evitación y patología. En su estudio, ambas autoras recopilan un amplio espectro de resultados empíricos que demuestran que suposiciones de este tipo no son correctas: la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime, las reacciones de duelo y sufrimiento no son necesarias y su ausencia no significa necesariamente que exista o vaya a existir un trastorno. Y es que la gente normal suele resistir con insospechada fortaleza los embates de la vida, e incluso ante sucesos extremos hay un elevado porcentaje de personas que muestra una gran resistencia y que sale psicológicamente indemne o con daños mínimos del trance (Avia y Vázquez, 1998; Bonanno, 2004).

Este estudio debe servirnos para comprender la gran cantidad de ideas erróneas sobre la respuesta humana que se asumen sin evidencias empíricas, quizá, como hipotetizan estas autoras, debido a una tendencia del ser humano a interpretar los hechos en el sentido de sus creencias y expectativas (profecías autocumplidas).

La idea de que la ausencia de sufrimiento tras la pérdida de un ser querido es patológica se sustenta sobre la creencia general arraigada en la sociedad occidental de que aquellas personas que no expresan su dolor o no dan señales de angustia son personas frías y emocionalmente distantes, a las que la persona fallecida no importaba demasiado, o son personas que están negando la pérdida e inhibiendo sus emociones. Sin embargo, existen evidencias que demuestran que estas suposiciones no tienen por qué ser ciertas. Por ejemplo, un reciente estudio prospectivo realizado con 205 individuos que habían sufrido la pérdida de su pareja, en el que se tomaron medidas antes de la muerte y 6 y 18 meses después, demuestra que casi la mitad de los participantes (45%) siguieron una pauta de afrontamiento resiliente, mientras que la respuesta que se ha tomado como común en situaciones de duelo, esto es, al principio una elevada depresión que va declinando con el tiempo, la siguió sólo un 10% de los sujetos (Bonanno, Wortman et al., 2002). Algo importante a resaltar en este estudio y que puede ser tomado como un hecho común, es que incluso estas personas resilientes afirmaron haber sentido emociones negativas, pensamientos negativos y rumiaciones en determinados momentos posteriores a la pérdida. La diferencia estriba en que en su caso fueron transitorios y no interfirieron en la habilidad de continuar funcionando en otras áreas de la vida ni de experimentar afectos positivos (Bonanno, 2004). Este resultado enlaza con las aportaciones de Calhoun y Tedeschi que serán posteriormente revisadas y confirman su idea acerca de que el crecimiento postraumático no supone la ausencia de emociones negativas, de hecho, necesita de ellas.

A estos estudios subyace una importante idea y es que la complejidad de las reacciones humanas va más allá de los estereotipos ramplones impuestos por muchas de las teorías vigentes sobre el duelo y las pérdidas irreparables (Avia y Vázquez, 1998).

Siguiendo la trayectoria que, a través de los años, ha seguido el estudio del duelo y la pérdida, quizá sea posible establecer un paralelismo con el estudio del trauma.

En este sentido, las teorías tradicionales sobre duelo han asumido unas determinadas creencias sobre cómo han de comportarse las personas que han sufrido la muerte de un ser querido, cómo ha de ser el proceso normal de duelo, la necesidad de elaborar y trabajar la pérdida con ayuda de profesionales… sin que exista realmente evidencia científica sólida que las sostenga (Stroebe y Stroebe, 1987; Wortman y Silver, 1998; Bonanno y Kaltman, 2001). Así, a partir de los años 80, desde la investigación científica se ha venido demostrando que estas asunciones eran erróneas y que las respuestas del ser humano ante el duelo y la pérdida son mucho más complejas y poseen muchos más matices de lo que la psicología tradicional había venido asumiendo.

Si bien es cierto que los síntomas del duelo y del trauma son cualitativamente distintos, también es cierto que los procesos de afrontamiento y recuperación de ambos eventos adoptan pautas equiparables (Bonanno, 2004), por lo que parece lícito pensar que la trayectoria en la investigación del trauma pueda seguir un curso semejante. Y es que de forma similar a lo que ha ocurrido en el estudio del duelo, la aproximación convencional a la psicología del trauma se ha focalizado exclusivamente en los efectos negativos del suceso en la persona que lo experimenta, concretamente en el desarrollo de trastornos de estrés postraumático (TEPT) o sintomatología asociada, de forma que estas reacciones patológicas han pasado a ser consideradas como la forma normal de responder ante sucesos traumáticos, más aún, se ha tendido a estigmatizar a aquellos sujetos que no mostraban estas reacciones, asumiendo que dichos individuos sufrían de raras y disfuncionales patologías (Bonanno, 2004). Sin embargo, la realidad demuestra que, si bien, algunos de los sujetos que experimentan situaciones traumáticas llegan a desarrollar trastornos, también es cierto que en la mayoría de los casos esto no es así, y que incluso algunos sujetos son capaces de aprender y beneficiarse de la experiencia.

A grandes rasgos, la reacción de un sujeto que se enfrenta a una experiencia traumática puede adoptar diferentes formas:

-Trastorno: La psicología tradicional se ha centrado en este aspecto de la respuesta humana, asumiendo que potencialmente toda persona expuesta a una situación traumática puede desarrollar un TEPT u otras patologías (Mitchell, 1992; Paton et al., 2000) y elaborando estrategias de intervención temprana destinadas a todos los sujetos afectados por un suceso de esta índole. Sin embargo, el porcentaje de sujetos expuestos a sucesos traumáticos que desarrollan patologías posteriores es mínimo. Además, no hay que olvidar que del porcentaje de sujetos que en los primeros meses pueden ser diagnosticados con alguna patología la mayoría se van recuperando de forma natural y en un breve espacio de tiempo recuperan el nivel normal de funcionalidad. De forma que el porcentaje de personas que desarrollan un trastorno duradero o crónico es mínimo.

Un estudio realizado tras los atentados del 11-S demuestra que si bien en una primera evaluación realizada un mes después de los atentados la prevalencia de TEPT en la población general de Nueva York era de 7,5%, 6 meses después había descendido a un 0,6% (Galea et al., 2003), de forma que la gran mayoría de estas personas habían seguido un proceso de recuperación natural donde los síntomas desaparecen y se vuelve a un nivel de funcionalidad normal. Es importante resaltar, aunque no sea un tema a tratar aquí, que resultados como este ponen en tela de juicio la utilidad real de un diagnóstico como el de Trastorno de Estrés Postraumático, ya que estaríamos frente a un trastorno que se cura con el mero paso del tiempo sin ayuda de profesionales. Y en este sentido, puede que sea más adecuado pensar que esta prevalencia de 7,5% refleja parte de un conjunto de
reacciones iniciales normales ante un suceso extremadamente adverso, que erróneamente se han considerado como síntomas patológicos y se han agrupado para convertirlos en un trastorno psiquiátrico. Y es que no parece extraño pensar que una persona enfrentada a un acontecimiento traumático, directa o indirectamente, experimente pesadillas, recuerdos recurrentes, sintomatología física asociada… La gran mayoría de las respuestas de aflicción y sufrimiento experimentadas y comunicadas por las víctimas son normales, incluso adaptativas.

Insomnio, pesadillas, memorias intrusivas (algunas de las conductas y pensamientos tomados como síntomas de PTSD) reflejan facetas de respuestas normales frente a sucesos anormales (Summerfield, 2000).

-Trastorno retardado: Algunas personas enfrentadas a un suceso traumático y que no han desarrollado patologías en un primer momento, pueden hacerlo mucho tiempo después, incluso años más tarde. Sin embargo, la aparición de este tipo de casos es relativamente infrecuente.

Recuperación: Muchos de los sujetos que viven una experiencia traumática experimentan en los primeros momentos síntomas postraumáticos o reacciones disfuncionales de estrés, que no deben ser considerados como patológicos, sino como reacciones normales ante situaciones anormales. Desde la psicología tradicional se ha tendido a ignorar este fenómeno de la recuperación natural, y se ha asumido que es necesaria la intervención de profesionales con el fin de prevenir la potencial aparición de patologías. Sin embargo, los datos apuntan a que alrededor de un 85% de las personas afectadas por una experiencia traumática siguen este proceso de recuperación natural y no desarrollan ningún tipo de trastorno. En este sentido, parece necesario establecer si la intervención psicológica en situaciones de crisis debe realizarse con todas las personas como ha venido creyéndose hasta ahora (la técnica conocida como debriefing es un reflejo de esta suposición) o si realmente el valor de estas intervenciones ha sido sobreestimado.

-Resiliencia: Un fenómeno al que tradicionalmente se ha prestado poca atención pero que en los últimos años ha comenzado a ser objeto de estudio es la resiliencia.

Personas resilientes que enfrentadas a un suceso traumático no experimentan síntomas disfuncionales ni ven interrumpido su funcionamiento normal, sino que consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y a su vida cotidiana. A diferencia de aquellos que se recuperan de forma natural tras un período de disfuncionalidad, los individuos resilientes no pasan por este período, sino que permanecen en niveles funcionales a pesar de la experiencia traumática.

Este fenómeno ha tendido a ser considerado como raro o propio de personas excepcionales, con alguna característica especial, sin embargo, está claramente demostrado que la resiliencia es un fenómeno común entre personas que se enfrentan a experiencias adversas (Masten, 2001).

-Crecimiento: Otro fenómeno que ha tendido a no recibir la atención de los teóricos del trauma es el de la posibilidad de aprender y crecer a partir de experiencias adversas. Como en el caso de la resilencia, la investigación ha demostrado que este es un fenómeno común, y son muchas las personas que consiguen encontrar beneficio en la vivencia traumática, en el proceso de lucha que han tenido que emprender. De hecho, unos dos tercios de los supervivientes de experiencias traumáticas encuentran caminos a través de los cuales beneficiarse de su lucha contra los abruptos cambios que el suceso traumático provoca en sus vidas (Tedeschi y Calhoun, 2000).

En definitiva, lo que se deduce de las investigaciones actuales sobre trauma y adversidad, es que las personas son mucho más fuertes de lo que la psicología ha venido considerando. Los psicólogos han subestimado la capacidad natural de los supervivientes de experiencias traumáticas de resistir y rehacerse (Bonanno, 2004).

George Orwell escribe en “Homenaje a Cataluña”, a propósito de sus experiencias como combatiente en la Guerra Civil española, que cuando se es testigo de una catástrofe no se ve uno abocado necesariamente a la desilusión y al escepticismo.

“Es curioso –afirma- pero después de las experiencias que he vivido no tengo menos sino más fe que antes en la honradez de los seres humanos. Esta guerra me ha dejado muchísimos recuerdos desagradables, pero no habría querido perdérmela”.

Para Víktor Frankl, superviviente de los campos de concentración nazi y conocido por el desarrollo del concepto de psicología existencial y la logoterapia, es precisamente una situación excepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de si mismo; “el hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído”. Una experiencia traumática es siempre negativa, pero lo que suceda a partir de ella depende de cada persona. En la mano del hombre esta elegir su opción, que o bien puede convertir su experiencia negativa en victorias, la vida en un triunfo interno, o bien puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar y a derrumbarse (Frankl, 1946).

El porqué la psicología ha ignorado durante tantos años la otra cara del afrontamiento traumático, la positiva, es una cuestión que merece ser considerada.

En este sentido, algunos autores afirman que existe un proceso social de carácter cognitivo, la “amplificación social del riesgo” que se refleja en una tendencia general a sobreestimar la magnitud, generalización y duración de los sentimientos de los demás (Paton et al., 2000; Brickman, Coates y Janoff-Bulman, 1978), tendencia que quizá pude explicar en parte la victimización a la que se ven sometidas aquellas personas que sufren experiencias traumáticas.

Se ha venido considerando que tras sufrir una experiencia traumática las personas, al ser invadidas por emociones negativas como tristeza, ira o culpa se muestran incapaces de experimentar emociones positivas. De hecho, históricamente, la aparición y potencial utilidad de las emociones positivas en contextos adversos ha sido ignorada o rechazada como una forma de negación poco saludable (Bonanno, 2004) y como un impedimento hacia la recuperación (Sanders, 1993). Sin embargo, recientemente, la investigación ha demostrado que las emociones positivas coexisten con las negativas durante circunstancias estresantes y adversas (Folkman y Moskowitz, 2000; Calhoun y Tedeschi, 1999; Shuchter y Ziskook, 1993) y además pueden ayudar a reducir los niveles de angustia y aflicción que siguen a la experimentación de dichas circunstancias (Fredrickson, 1998). A través de esta nueva manera de entender la experiencia traumática, sería completamente lícito, y, de hecho, se comprueba que así es, que personas que han sufrido alguna experiencia traumática manifiesten y expresen emociones y sentimientos positivos.

En este sentido, algunas investigaciones ofrecen resultados novedosos y concluyentes. En 1987 un grupo de personas que sufría lesiones medulares fue entrevistado en diferentes momentos tras haber sufrido la lesión incapacitante. Los resultados demuestran que la experiencia de emociones positivas se da desde los primeros días tras el accidente, siendo estos sentimientos positivos más frecuentes que los negativos a partir de la tercera semana (Wortman y Silver, 1987).

En otro estudio realizado con supervivientes de accidentes con daños en la médula espinal, en el que fueron entrevistados 29 individuos que habían sufrido una lesión medular y se encontraban paralizados, en el que se pretendía examinar la relación entre la atribución causal que hacían las víctimas de sus accidentes y su habilidad para afrontar su situación y en el que algunas de las cuestiones que se planteaban a los sujetos tenían que ver con su estado de ánimo y sus sentimientos de felicidad, se encontró que aunque los accidentados percibían su situación como relativamente negativa, referían a la vez que su sentimiento de felicidad no había desaparecido y era bastante mayor del que habrían esperado. Al puntuar la felicidad en una escala de 0 a 5 la media fue 3, e incluso en casos en los que en el accidente no había más personas involucradas o cuando la persona continuaba
creyendo en un mundo justo, las puntuaciones pasaban del 4 (Janoff-Bulman y Wortman, 1977).

En un estudio más reciente sobre el atentado en Nueva York del 11 de septiembre uno de los pocos estudios sobre el 11-S que no se han centrado en estudiar la patología y la vulnerabilidad), se ha demostrado que experimentar emociones positivas como gratitud, amor o interés, entre otras, tras la vivencia de un suceso traumático, aumenta a corto plazo la vivencia de experiencias subjetivas positivas, realza el afrontamiento activo y promueve la desactivación fisiológica, mientras que a largo plazo, minimiza el riesgo de depresión y refuerza los recursos de afrontamiento (Fredrickson et al., 2003).

Todos estos estudios ponen en evidencia la incuestionable presencia de las emociones positivas en contextos de adversidad, y dan cuenta de los potenciales efectos beneficiosos que éstas tienen, enfrentándose directamente con concepciones tradicionales en las que la presencia de emociones positivas en situaciones negativas suponía un reflejo de negación o trastorno encubierto.

Podemos encontrar en la literatura científica tres conceptos que tienen que ver con esta corriente positiva de pensamiento en torno a la psicología del trauma: hardiness, resiliencia y crecimiento postraumático.

Hardiness o el concepto de personalidad resistente

El concepto de personalidad resistente aparece por primera vez en la literatura científica en 1972, en relación a la idea de protección frente a los estresores. Son Kobasa y Maddi los psicólogos que desarrollan y teorizan sobre este constructo, al observar el hecho de que algunas personas sometidas a altos niveles de estrés no desarrollan ningún tipo de trastorno. En años posteriores, han sido muchos los autores que han investigado sobre este tópico y los estudios prospectivos y retrospectivos han demostrado su existencia y su relación positiva con la salud física y mental tanto actual como futura (Florian, Mikulincer y Taubman, 1995). En este sentido, podemos encontrar estudios que relacionan la personalidad resistente con reactividad cardiovascular (Wiebe, 1991), optimismo (Scheier y Carver, 1987), síntomas depresivos (Funk y Houston, 1987), estrés (Topf, 1989), niveles de inmunoglobina A (Dillon y Totten, 1989), salud mental general (Maddi y Khoshaba, 1994, Florian et al., 1995), burnout (Boyle et al., 1991, Hills y Norwell, 1991), personalidad tipo A (Nowack y Pentkowski, 1994) o calidad de vida (Evans et al., 1993), entre otros.

Desde las perspectivas tradicionales la ecuación del estrés es, en definitiva, una ecuación pesimista que cuestiona aquella orientación psicológica que subraya la iniciativa y la resistencia del ser humano. Por el contrario, la personalidad resistente refleja una perspectiva fundamental y olvidada en la psicología, aquella que enfatiza la salud en lugar de la enfermedad (Peñacoba y Moreno, 1998).

Frente a las limitaciones de la concepción tradicional del ser humano como sujeto pasivo y reactivo, en la que los individuos son considerados meras víctimas de los cambios que acontecen en su entorno, Kobasa y Maddi proponen un cambio en el estudio del estrés y establecen el concepto de hardiness o personalidad resistente, apostando por interpretaciones más optimistas del funcionamiento humano (Kobasa, 1979a). El concepto de personalidad resistente se desarrolla a través del estudio de aquellas personas que ante hechos vitales negativos parecen tener unas características de personalidad que les protegen. Así, se ha establecido que las personas resistentes tienen un gran sentido del compromiso, una fuerte sensación de control sobre los acontecimientos y están más abiertos a los cambios en la vida, a la vez que tienden a interpretar las experiencias estresantes y dolorosas como una parte más de la existencia. Mientras que las personas no resistentes, mostrarían carencias en el sentido del compromiso (alienación), un locus de control externo y una tendencia a considerar el cambio como negativo y no deseado (Allred y Smith, 1989).

La personalidad resistente se asocia con una tendencia a percibir los potenciales eventos traumáticos en términos menos amenazadores (Kobasa, 1982) y sus efectos están mediados por mecanismos de evaluación del ambiente y por mecanismos de afrontamiento (Kobasa, 1979b). En efecto, se ha demostrado que las personas resistentes experimentan los eventos estresantes de forma similar a las personas menos resistentes, si bien, evalúan estos eventos como menos amenazantes y se mantienen más optimistas sobre su habilidad para afrontarlos (Allred y Smith, 1989; Wiebe, 1991; Florian et al., 1995), lo que resulta en una menor activación del organismo y en una menor probabilidad de enfermar a raíz de sufrir un evento estresante.

Por ejemplo, un estudio realizado con un grupo de hombres y mujeres resistentes y no resistentes (2x2) encuentra que aquellos sujetos calificados como resistentes evaluaron un estresor objetivo como menos amenazador que aquellos sujetos menos resistentes. Además, encontraron que la personalidad resistente está asociada a mayores niveles de afecto positivo y menores de afecto negativo y de respuestas psicofisiológicas de estrés. También demostraron que los sujetos resistentes mostraron una mayor tolerancia a la frustración. Además, aunque ambos grupos mostraron un incremento en su tasa cardiaca ante el estímulo presentado, en los hombres resistentes el incremento fue menor. En las mujeres no hubo diferencia. En suma, concluye la autora de la investigación, parece adecuado considerar la variable hardiness como moderadora del estrés. (Wiebe, 1991).

La personalidad resistente actuaría a través de diferentes vías:

-Contribuyendo a modificar las percepciones sobre el estímulo estresante: los sujetos con personalidad resistente serían más propensos a percibir los estímulos estresantes como positivos y controlables.

-Induciendo a un determinado estilo de afrontamiento (coping transformacional): las características de personalidad resistente pueden moderar los efectos del estímulo estresante facilitando estrategias de coping adaptativas o inhibiendo estrategias poco adaptativas. Así, al utilizar el coping transformacional se perciben los estímulos potencialmente estresantes como oportunidades de crecimiento, por lo que se les hace frente de manera optimista y activa, en contraste con los individuos que utilizan el coping regresivo, que evitan o se separan de los estímulos potencialmente estresantes.

- Afectando indirectamente a las estrategias de afrontamiento a través de la influencia del apoyo social.

- Favoreciendo cambios hacia determinados estilos de vida saludables: La variable hardiness influiría en determinadas prácticas como el ejercicio o el descanso, que repercutirían finalmente en la salud del individuo. En este sentido, se ha demostrado que existen relaciones positivas entre personalidad resistente y estilos de vida saludables (Wiebe y McCallum, 1986, Nagy y Nix, 1989).

Esta característica de personalidad no puede entenderse como un rasgo inherente y estático sino como el resultado cambiante de la relación individuo-medio. En este sentido, no se debe pasar por alto que el concepto de personalidad resistente está íntimamente ligado al existencialismo, y la teoría existencial resultó central en los comienzos del concepto, al concebir la personalidad como una transacción entre los componentes del ambiente y las predisposiciones del individuo, de forma que el individuo no es concebido como portador de unos rasgos estáticos e internos, sino como alguien que de forma continua y dinámica va construyendo su personalidad a través de sus acciones y al concebir la vida como un inevitable cambio asociado a situaciones de estrés (Peñacoba y Moreno, 1998).De hecho, los componentes que se han venido considerando claves en la descripción de la personalidad resistente son tres conceptos claramente existencialistas: compromiso, control y reto.

.Compromiso: Las personas con compromiso poseen tanto las habilidades como el deseo de enfrentarse exitosamente a situaciones de ansiedad. Esta cualidad contribuye a mitigar la amenaza percibida de cualquier estímulo estresante en un área específica de la vida.

.Control: Las personas con control buscan explicaciones sobre el porqué de los acontecimientos tanto en las acciones de los demás como en su propia responsabilidad. Así, la capacidad de control permite al individuo percibir en muchos de los acontecimientos estresantes consecuencias predecibles debidas a su propia actividad, y en consecuencia, manejar los estímulos en su propio beneficio, siendo capaces de interpretar los acontecimientos estresantes e incorporarlos dentro de un plan personal de metas, transformándolos en algo consistente con el sistema de valores del organismo y no en perturbador.

.Reto: Hace referencia a la creencia de que el cambio, frente a la estabilidad, es la característica habitual de la vida. Así, la mayor parte de la insatisfacción asociada a un evento estresante puede ser evitada al entender el evento como una oportunidad y un incentivo para el crecimiento personal, y no como una amenaza a la propia seguridad. Sin embargo, este componente ha sido el peor evaluado y el más inconsistente con el resto de las dimensiones. De hecho muchos autores defienden que este componente debería ser excluido de la conceptualización de la personalidad resistente ya que afirman que no existe unidad en el concepto de hardiness y que las tres variables no están igualmente relacionadas. Así, aunque compromiso y control si tendrían relación con la salud, la variable reto no parece guardar ninguna relación (Hull et al., 1987, Funk et al, 1995).

Se ha afirmado que el mecanismo por el cual puede actuar la personalidad resistente al reducir la posibilidad de enfermedad es el menor uso que los sujetos con alta personalidad resistente harían de estrategias de afrontamiento inefectivas y regresivas (Kobasa, 1982b). Los sujetos resistentes no experimentarían los fenómenos de forma cualitativamente distinta que los no resistentes, simplemente los interpretarían como más positivos y tendrían un mayor control sobre su afrontamiento (Rhodewalt y Agustsdottir, 1984).

El entrenamiento en personalidad resistente se apoya en la hipótesis de que si la personalidad resistente puede aprenderse en la niñez, también puede ser aprendida en la edad adulta (Peñacoba y Moreno, 1998). Kobasa y Maddi, desde el Hardiness Institute han desarrollado un programa de entrenamiento compuesto por tres técnicas relacionadas (reconstrucción situacional, focalización y autocompensación) que tiene como objetivo incrementar la personalidad resistente , de modo que los individuos sean capaces de enfrentarse a situaciones estresantes transformándolas en menos estresantes. Frente a otros programas de reducción de estrés que se centran en disminuir la respuesta de estrés producida por determinados estímulos estresantes, este entrenamiento focaliza su actuación en la causa de la respuesta de estrés, es decir, trata de evitar la experiencia del estímulo estresante. Por lo que podemos hablar de que se trataría de un tratamiento preventivo. Un efecto especialmente llamativo de los resultados obtenidos por este entrenamiento es que el incremento de la personalidad resistente se sigue produciendo de manera paulatina, incluso cuando el programa ya ha concluido (Peñacoba y Moreno, 1998).

Aunque muchos estudios han encontrado relaciones positivas entre personalidad resistente y salud, existen también algunas críticas al concepto y estudios que no han encontrado estas relaciones o, por lo menos, con matices (Funk y Houston, 1987, Schmied y Lawler, 1986, Hull et al., 1987). En este sentido, una de los puntos que más polémica ha suscitado es la propia unidad del concepto hardiness. Así, aunque Kobasa y Maddi siempre lo plantearon como un constructo unitario compuesto de tres factores o dimensiones y presentaron análisis factoriales que apoyaban su propuesta, otros autores han puesto en duda esta unicidad y presentan revisiones de estudios en las que se evidencia su más que fundamentada duda.

Para Peñacoba y Moreno, dos psicólogos españoles que han realizado una profunda y exhaustiva revisión sobre el concepto de personalidad resistente, es fundamental desarrollar un conjunto de investigaciones que den soporte empírico a un constructo teórico válido, comenzando por la elaboración de instrumentos de evaluación que tengan realmente la validez de concepto necesaria.

Es necesario, por tanto, recuperar el concepto de hardiness y analizar nuevas posibilidades de evaluación (Peñacoba y Moreno, 1998).

Por último, sería interesante quizá intentar aplicar el constructo al estudio del trauma. En este sentido, si bien el concepto de personalidad resistente aparece originalmente ligado al estrés y su afrontamiento, y aunque no debemos confundir el estrés con el trauma, ya que son dos cosas distintas (Everstine y Everstine, 1993), si parece apropiado expandir el campo de actuación de esta característica de personalidad y parece correcto pensar que las personas con una alta capacidad de resistencia al estrés también puedan presentar mayor capacidad de resistencia ante experiencias traumáticas, por lo que sería interesante investigar en este sentido.

Resiliencia o la capacidad de resistir y rehacerse

Desde hace algunos años ha comenzado a manejarse el concepto de resiliencia como aquella cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. La resiliencia se ha definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves (Manciaux et al., 2001).

Aunque durante mucho tiempo las respuestas de resiliencia han sido consideradas como inusuales e incluso patológicas por los expertos, la literatura científica actual demuestra de forma contundente que la resiliencia es una respuesta común y su aparición no indica patología, sino un ajuste saludable a la adversidad (Masten, 2001; Bonanno, 2004). La posibilidad de que la ausencia de sufrimiento tras una pérdida sea indicativo de resiliencia no ha sido considerada por la psicología tradicional (Bonanno, Wortman et al, 2002), aunque está claramente demostrado que un considerable número de individuos muestra poco o nada de sufrimiento tras una pérdida personal (Bonanno y Kaltman, 2001). Del mismo modo, los teóricos del trauma han tendido a sorprenderse cuando individuos expuestos a un suceso traumático no mostraban signos de estrés postraumático, considerando a estas personas como excepcionales (Bonanno, 2004). Sin embargo, los estudios han demostrado que la resiliencia no es un fenómeno inusual ni extraordinario, muy al contrario es un fenómeno común que surge a partir de funciones y procesos adaptativos normales del ser humano (Masten, 2001).

La resiliencia no es absoluta ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida y que puede expresarse de muy diferentes maneras en diferentes culturas (Manciaux et al., 2001). Como el concepto de personalidad resistente, la resiliencia es fruto de la interacción entre el propio individuo y su entorno. Hablar de resiliencia en términos individuales constituye un error fundamental. No se es más o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades. La resiliencia es un proceso, un devenir, de forma que no es tanto la persona la que es resiliente como su evolución y su proceso de vertebración de su propia historia vital (Cyrulnik, 2001). La resiliencia nunca es absoluta, total, lograda para siempre. Es una capacidad que resulta de un proceso dinámico, evolutivo, en que la importancia de un trauma siempre puede superar los recursos del sujeto (Manciaux et al., 2001).

La resiliencia se sitúa en una corriente de psicología positiva y dinámica de fomento de la salud mental y parece una realidad confirmada por el testimonio de muchísimas personas que, aún habiendo vivido una situación traumática han conseguido encajarlas y seguir desenvolviéndose y viviendo, incluso, a menudo en un nivel superior, como si el trauma vivido y asumido hubiera desarrollado en ellos recursos latentes e insospechados (Manciaux, et al., 2001).

Una de las cuestiones que más interés despierta en torno a la resiliencia es la determinación de los factores que la promueven. Sin embargo, es poca la investigación científica que se ha realizado en torno a este punto (Bonanno, 2004).

Dos dimensiones son inseparables del concepto de resiliencia: la resistencia a un trauma y la evolución posterior satisfactoria y socialmente aceptable.

Es importante también diferenciar el concepto de resiliencia del concepto de recuperación (Bonanno, 2004), ya que representan trayectorias temporales distintas. En este sentido, la recuperación implica un retorno gradual hacia la normalidad funcional, mientras que la resiliencia refleja la habilidad de mantener un equilibrio estable durante todo el proceso.

Se ha sugerido que la experimentación recurrente de emociones positivas puede ayudar a las personas a desarrollar la resiliencia (Fredrickson et al., 2003). Por otro lado, parece ser que la experimentación y expresión de emociones positivas elicitan a su vez emociones positivas en los demás, de forma que las redes de apoyo social se ven fortalecidas (Fredrickson et al., 2003).

En esta misma línea, la investigación ha demostrado que las personas resilientes conciben y afrontan la vida de un modo más optimista, entusiasta y enérgico, son personas curiosas y abiertas a nuevas experiencias caracterizadas por altos niveles de emocionalidad positiva (Block y Kremen, 1996; Klohnen, 1996). Y si bien puede argumentarse que la experimentación de emociones positivas no es más que el reflejo de un modo resiliente de afrontar las situaciones adversas, también existe evidencia de que las personas resilientes utilizan las emociones positivas como estrategia de afrontamiento, por lo que se puede hablar de una causalidad recíproca. Así, se ha encontrado que las personas resilientes hacen frente a experiencias traumáticas utilizando el humor, la exploración creativa y el pensamiento optimista (Fredrickson et al., 2003).

Cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida:
Las experiencias traumáticas Tienden a sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que construimos nuestra forma de ver el mundo. Las experiencias traumáticas pueden desbaratar las suposiciones sobre las que las personas construyen su vida día a día (Janoff-Bulman, 1992). Es el tipo de cambio más frecuente. Cuando un individuo pasa por una experiencia traumática, se hace consciente de la realidad de la muerte, y esto puede conllevar a una mayor apreciación del valor de las pequeñas cosas de la vida, del día a día.

Abordando el fenómeno de la vivencia de experiencias traumáticas y la posibilidad de un crecimiento personal posterior al trauma, Tedeschi y Calhoun afirman que parte de las personas que experimentan crecimiento postraumático continúan experimentando emociones negativas y estrés, incluso, yendo más lejos, llegan a afirmar que para experimentar dicho crecimiento es necesaria la coexistencia en el individuo de emociones positivas y negativas. En muchos casos, sin la presencia de estas emociones negativas, el crecimiento postraumático no se dará (Calhoun y Tedeschi, 1999). No debe olvidarse tampoco el hecho de que la experiencia de crecimiento no indica necesariamente que el individuo vaya a verse libre de sufrir las consecuencias potencialmente negativas de un suceso traumático, es decir, no es una garantía y no necesariamente elimina el dolor ni el sufrimiento (Park, 1998, Calhoun y Tedeschi, 2000).

Las teorías que defienden la posibilidad de un crecimiento o aprendizaje postraumático adoptan la premisa de que de alguna manera, la adversidad puede, a veces, perder parte de su severidad a través de o gracias a procesos cognitivos de adaptación consiguiendo no sólo restaurar las visiones adaptativas de uno mismo, los demás y el mundo que en un principio podían haberse distorsionado debido a la experiencia traumática, sino incluso fomentar la convicción de que uno es mejor de lo que era antes del suceso (Affleck y Tennen, 1996). Así, se ha propuesto que el crecimiento postraumático tiene lugar desde la cognición, más que desde la emoción (Calhoun y Tedeschi, 1999). En esta línea, la búsqueda de significado y las estrategias de afrontamiento cognitivo parecen ser aspectos críticos en el crecimiento postraumático (Park, 1998).

Cabe preguntarse entonces si el psicólogo ha de actuar como impulsor de este crecimiento, si es un profesional cualificado para hacerlo, si existen fórmulas de proceder para que este crecimiento se produzca. La respuesta a estas cuestiones, según Calhoun y Tedeschi, ha de ser negativa. El crecimiento postraumático no puede ser creado por el terapeuta, sino que debe ser descubierto por el propio sujeto. El terapeuta debe ser capaz de descubrir y percibir en el paciente los distintos signos del despertar de este crecimiento para encauzarlos y ayudar en su desarrollo. (Calhoun y Tedeschi, 1999). De esta manera, no parece posible crear un estado de crecimiento, es más, no todas las personas serán capaces de aprender de su experiencia traumática, peor es importante resaltar que algunos si lo harán. Hay que ser cauteloso en la práctica clínica en el tema del crecimiento o la percepción de beneficio de la experiencia traumática, es importante que el clínico no ejerza ningún tipo de presión hacia la percepción de beneficio en el paciente, pues eso puede acabar conllevando sentimientos de frustración en pacientes que son incapaces de encontrar dicho beneficio (McMillen, Zuravin y Rideout, 1995).

La posibilidad de que los niveles de resiliencia o resistencia puedan ser incrementados en los individuos es aún una gran intriga que plantea enormes implicaciones (Bartone, 2000). De hecho, si somos capaces de entender cómo y por qué algunas personas resisten y se benefician de experiencias extremadamente adversas, y somos capaces de enseñar esta habilidad a los demás, los beneficios para el sistema sanitario mundial serían inconmensurables (Carver, 1998). Es necesario por tanto un gran volumen de investigación empírica que lleve a clarificar la naturaleza de los procesos de resistencia y crecimiento.

Conclusiones

Vivir una experiencia traumática es quizá una de las situaciones que más aportan a la vida de una persona. Sin quitar un ápice de la severidad, gravedad y horror de estas vivencias, no podemos olvidar que es en situaciones extremas cuando el ser humano tiene la oportunidad de volver a construir su forma de entender el mundo y su sistema de valores (Janoff-Bulman, 1992, O`Leary, 1998, Calhoun y tedeschi, 1998), de manera que en esta reconstrucción puede darse un aprendizaje y un crecimiento personal (Calhoun y Tedeschi, 1999). Por esta razón, debemos exigirnos ampliar el campo de estudio sobre el que la psicología lleva actuando varias décadas, construyendo modelos conceptuales capaces de incorporar la dialéctica de la experiencia postraumática y aceptar que lo aparentemente opuesto puede coexistir de forma simultánea (Saakvitne et al., 1998).

La psicología no es sólo psicopatología y psicoterapia, nos encontramos frente a la ciencia que estudia la mente humana y debemos pedir que se ocupe de todos sus aspectos, no exclusivamente de sus debilidades y trastornos. En esta línea, debemos intentar reconducir el estudio de la respuesta humana ante el trauma con el fin de desarrollar nuevas formas de intervención que se basen no tanto en la patología y el trastorno sino en un modelo más positivo, centrado en la salud y la prevención, basado en intervenciones que faciliten la recuperación y el crecimiento personal. Se trata de adoptar en lugar de un paradigma patogénico, un paradigma salutogénico para la conceptualización, investigación, diseño y aplicación de intervenciones efectivas para el trauma (Stuhlmiller y Dunning, 2000).

Quizá una de las primeras tareas sea cambiar las creencias culturales y la terminología arraigada en nuestras sociedades, modificando la creencia de que a una experiencia traumática sólo sigue el dolor y la angustia y aceptando el hecho de que emociones positivas, aprendizaje y beneficio son también consecuencias de este tipo de experiencias (Park, 1998).

Cada cierto tiempo salen a la luz en los medios de comunicación historias que sorprenden y emocionan acerca de cómo el ser humano es capaz de superar y crecer tras el trauma. Tanto la prensa escrita como la televisión dedican páginas y tiempo a mostrar a la opinión pública a personas “excepcionales” que han conseguido “superar” su trauma: Un hombre que tras quedarse parapléjico de manera fortuita, diez años más tarde es capaz de afirmar que después del accidente se volvió más humano, sensible y humilde, y de mostrarnos como ha sido capaz de continuar con su vida, continuar practicando todo tipo de deporte…”.Cuando tienes un accidente tienes dos opciones: o te conviertes en una víctima o aprendes de lo que te ha ocurrido y te superas.” (Arroyo, 2002). Este tipo de historias, que se nos presentan como casos aislados de personas especiales son hechos comunes entre las personas que se enfrentan a experiencias extremas y es labor de la psicología pero también de los medios de comunicación hacer comprender esta realidad.
El ser humano, como sociedad, debe ir cambiando las expectativas culturales, creando la conciencia social de que el trauma no es sólo dolor y sufrimiento sino también la posibilidad de transformación y crecimiento (Park, 1998). A esto nada contribuye la tendencia victimista y negativa que se ha seguido tras sucesos como el 11-S o el 11-M. Han aparecido de forma repetida en los medios de comunicación opiniones relativas al estrés postraumático como una “epidemia escondida”, sugiriendo de esta forma una entidad tan real y concreta como un agente infeccioso y tan capaz como éste de causar patologías a gran escala que, además, no desaparecen con el paso del tiempo (Summerfield, 1999).

La labor del psicólogo debe ir por el camino de reorientar a las personas para que encuentren la manera de aprender y crecer con su experiencia traumática. Y esto se puede conseguir estudiando no sólo la patología, la debilidad y el daño, sino la fuerza, la virtud y la capacidad de crecimiento personal, aplicando las bases de la psicología positiva a la concepción del trauma. Desde la concepción patogénica del mundo se concibe al ser humano como débil frente a las desgracias. Desde la reconceptualización que propugna la psicología positiva el hombre se hace fuerte y capaz de aprender de todas sus experiencias.

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